
Un estudio profundo sobre una profecía eminentemente Mesiánica
Por Jose M Suazo, un teólogo adventista del séptimo día
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Introducción: La profecía más malentendida
A través de los siglos, la profecía de las setenta semanas de Daniel (Daniel 9:24–27) ha sido objeto de múltiples interpretaciones. Muchas corrientes cristianas, influenciadas por el futurismo y la teología dispensacionalista, han desgajado la última semana del conjunto profético para proyectarla hacia un futuro aún no cumplido. Afirman que esa semana marcará un período de tribulación para Israel, el surgimiento del anticristo, un rapto secreto de la iglesia y un reino milenial de Cristo en la tierra.
Sin embargo, tales ideas carecen de fundamento bíblico. La profecía de Daniel 9 no fue dada para confundir, sino para revelar con precisión el momento exacto en que aparecería el Mesías, su ministerio, su sacrificio expiatorio, y el cierre del tiempo de gracia para la nación judía como pueblo escogido. La interpretación adventista —heredera de la exégesis histórica protestante— muestra que las setenta semanas son una unidad indivisible, que comienza y termina en la historia, y cuya última semana se cumple en la vida y ministerio de Cristo, no en un supuesto período de tribulación futura.
Existe discusión entre los eruditos sobre la fecha de inicio de las setenta semanas de Daniel 9:24-27, y de ello dependen las conclusiones proféticas que se extraen. A grandes rasgos, hay tres corrientes principales de interpretación:
1. Historicista (adventista y reformada clásica):
Sitúa el inicio en el año 457 a.C., con el decreto de Artajerjes I, para restaurar Jerusalén (Esdras 7). Las 70 semanas culminan en el año 34 d.C., con la lapidación de Esteban. El Mesías es cortado a la mitad de la última semana (año 31 d.C.), y el juicio y la profecía se cumplen en Cristo.
2. Preterista (católica y liberal moderna):
Inicia las semanas con un decreto anterior (538 o 605 a.C.), interpretando su cumplimiento en tiempos de los Macabeos o de Antíoco Epífanes, no en Cristo. Sostiene que la profecía se cumplió completamente antes del siglo I.
3. Futurista (dispensacionalista evangélica):
Inicia las 69 semanas con un decreto persa (varía entre 445 y 457 a.C.), pero interrumpe la profecía en la semana 69, dejando la última semana para el futuro tiempo del Anticristo, después del “rapto” de la iglesia.
En este estudio abordaremos este asunto desde sus bases teológicas e históricas.
Otro de los problemas teológicos a enfrentar es el punto que menciona lucas en Luc. 3:1-2 y el año 15 del gobierno de Tiberio Cesar, para los detractores del historicismo como método de interpretación profética, este versículo es la base para indicar que la profecía no pudo haber iniciado en el año 457 a. C. Sin embargo, en este estudio vamos a abordar todos estos aspectos relacionados a esta profecía. ¡Vamos en profundidad!
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I. El contexto de la profecía: la intercesión de Daniel
El capítulo 9 de Daniel se desarrolla en el contexto de la oración intercesora del profeta, quien clama a Dios por el perdón y la restauración de Jerusalén tras los setenta años de cautiverio babilónico. Es notable en el texto que la intercesión de Daniel por el pueblo es a causa de no haber comprendido la profecía del capitulo anterior, las 2300 tardes y mañanas. En respuesta, el ángel Gabriel desciende para mostrarle una profecía mayor: no sólo el retorno físico de Israel, sino la restauración espiritual de toda la humanidad por medio del Mesías. Esta profecía esta dentro de los parámetros de la profecía anterior, que es mas larga. El ángel le viene a explicar el periodo de tiempo de la profecía anterior que esta relacionada con el pueblo judío por quien Daniel esta intercediendo en su oración del capitulo 9.
Gabriel declara:
“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos” (Daniel 9:24).
Cada elemento de este versículo apunta al ministerio redentor de Cristo. La profecía no gira en torno a Israel político, sino al Israel espiritual (ver Romanos 9:6–8), el pueblo de la fe que recibiría el cumplimiento del pacto eterno en Cristo.
El centro de la profecía es el ministerio redentor del Mesías, es decir, el objetivo del ángel en su declaración a Daniel es explicarle que la situación política de Israel tenia un tiempo limite, ya que desde su mismo principio fue por la necedad del pueblo que fue introducido el gobierno político. De modo que desde la perspectiva del ángel, Israel tiene fecha de caducidad políticamente hablando, porque el trasfondo espiritual del pueblo de Israel va mas allá de fronteras o murallas, es todo aquel que acepta al Mesías como su salvador, ese es el verdadero israelita. Es por eso que Daniel comienza esa intercesión porque Daniel había entendido que las 2300 tardes y mañanas eran días literales y que eso era lo que Dios daba de gracia al pueblo judío como elegido de Dios. Por esa razón Dios envía a su ángel para explicarle a Daniel parte de esa profecía de las 2300 tardes y mañanas, pero solamente le explica la parte que tiene que ver con el pueblo Judío desde su perspectiva política y su rechazo al Mesías y sus consecuencias, y sobre todo el centro del ministerio mesiánico de Cristo.
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II. El punto de partida: el decreto para restaurar y edificar Jerusalén
Gabriel establece claramente el punto de partida de las setenta semanas:
“Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas y sesenta y dos semanas…” (Daniel 9:25).
La orden para restaurar y edificar Jerusalén no fue meramente el permiso para reconstruir el templo (como el decreto de Ciro en 536 a.C.), sino el decreto que restableció la autonomía civil y religiosa del pueblo judío. Tal decreto se halla en Esdras 7, promulgado por Artajerjes I Longímano en el año 457 a.C. (Esdras 7:11–26).
La salida de la orden para algunos cristianos es a partir de uno de los tres decretos emitidos por los reyes de Medo-persia:
1. Decreto de Ciro el Grande año 538 a.C. : Este decreto autorizó el regreso a Jerusalén y la reconstrucción del Templo.
2. Decreto de Darío I año 515 a.C. : Este decreto permitió la finalización de la obra del Templo de Jerusalén.
3. Decreto de Artajerjes I año 457 a.C. : Este decreto es crucial por su enfoque en la reconstrucción de la ciudad y la restauración de la ley.
a) Autorizó a Esdras a llevar más cautivos judíos de regreso a Jerusalén y a supervisar la reconstrucción de las murallas de la ciudad.
b) Financió la restauración del Templo y otros edificios de la ciudad.
c) Permitió a Esdras enseñar la Ley de Moisés al pueblo.
De manera que la salida de la orden debe ser la fecha en la que se emitió el decreto mas abarcante y concluyente de la restauración de los judíos tanto política como religiosa y civilmente, ese año fue 457 a. C.
Este año constituye el ancla histórica de la profecía. Desde ese punto, Gabriel indica que pasarían 69 semanas proféticas (7 + 62 = 69), equivalentes a 483 años literales (según el principio profético de día por año, Números 14:34; Ezequiel 4:6), hasta la manifestación del Mesías.
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III. El cumplimiento exacto: El bautismo de Jesús
La profecía comienza con varios periodos consecutivos dentro del mismo periodo profetico:
7 Semanas = 7x7= 49 años
62 semanas = 62x7= 434 años
“Sabe, pues, y entiende: que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén, hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas; se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos.” — Daniel 9:25.
Si contamos 483 años desde el 457 a.C., llegamos al año 27 d.C., precisamente cuando Jesús fue bautizado en el Jordán y ungido por el Espíritu Santo (Lucas 3:21–23). En ese momento se cumplió la profecía:
“El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado” (Marcos 1:15).
Jesús reconocía que el “tiempo” profetizado por Daniel había llegado. Su bautismo marcó el inicio de la última semana profética, la septuagésima, en la cual confirmaría el pacto con muchos (Daniel 9:27).
Periodos dentro del periodo profético
Durante las primeras 7 semanas que equivalen a 49 años (457–408 a.C. aprox.), bajo el liderazgo de Esdras y Nehemías, se restauraron:
a) Los muros (Nehemías 6:15).
b) Las puertas y plazas (Nehemías 3).
c) La organización civil y religiosa (Nehemías 7–13).
d) La ley y el culto (Esdras 9–10).
La expresión “se volverá a edificar la plaza y el muro en tiempos angustiosos” refleja las grandes dificultades que enfrentaron los judíos ante sus enemigos — tal como describe Nehemías:
“Los que edificaban en el muro, los que acarreaban y los que cargaban, con una mano trabajaban en la obra, y en la otra tenían la espada.”
— Nehemías 4:17.
Las Sesenta y Dos Semanas: El Silencio que Preparó la Voz
“Después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí…”
— Daniel 9:26.
Las 62 semanas (62 × 7 = 434 años) representan el largo intervalo entre la completa restauración de Jerusalén (alrededor del 408 a.C.) y la manifestación del Mesías Príncipe en el año 27 d.C., cuando Jesús fue bautizado y ungido por el Espíritu Santo (Lucas 3:21-22).
Aunque la profecía no menciona hechos detallados en ese lapso, la historia sagrada y secular nos muestran el escenario divinamente preparado para la llegada del Redentor. Este período fue el taller silencioso de Dios, donde los imperios se sucedieron y los caminos del mundo se nivelaron para la venida del Hijo del Hombre.
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IV. La última semana: el pacto confirmado y el sacrificio cesado
La unidad indivisible de las setenta semanas
Gabriel le dice claramente a Daniel:
“Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer justicia perdurable, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos.”
— Daniel 9:24.
La palabra hebrea traducida como “determinadas” es חָתַךְ (chathak), que significa “cortadas”.
Estas setenta semanas (490 años) están cortadas del período mayor de 2300 años (Daniel 8:14), y aplicadas a Israel y al Mesías.
Por tanto, todo el bloque de las setenta semanas es un solo período continuo, sin interrupciones, una línea profética indivisible, porque fue “cortada” como una unidad compacta del tiempo mayor.
Si se interrumpe esa línea —dejando la última semana separada para el fin del mundo— se rompe el propósito mismo de la profecía: mostrar el tiempo exacto de la primera venida de Cristo.
El centro de la profecía: Cristo, no el Anticristo
La profecía no trata del Anticristo, ni de un pacto político futuro, sino del Mesías Príncipe.
Así lo declara el texto:
“Hasta el Mesías Príncipe habrá siete semanas y sesenta y dos semanas…”
— Daniel 9:25.
Y Luego:
“Y por otra semana confirmará el pacto con muchos; y a la mitad de la semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda.”
La semana final de la profecía (7 años) se divide en dos mitades:
• Primera mitad (27–31 d.C.): Jesús predica, confirma el pacto y ministra personalmente al pueblo judío.
• Mitad de la semana: En el año 31 d.C., tres años y medio después de su bautismo, Cristo muere en la cruz. El velo del templo se rasga (Mateo 27:51), indicando el fin del sistema sacrificial. ¿Quién fue el que realmente hizo cesar el sacrificio y la ofrenda? No un gobernante político futuro, sino Cristo mismo, cuando murió en la cruz y el velo del templo se rasgó en dos (Mateo 27:51).
“En la mitad de la semana, hará cesar el sacrificio…” — ese es el corazón del Calvario.
• Segunda mitad (31–34 d.C.): Los apóstoles continúan la obra entre los judíos, confirmando el mismo pacto hasta el apedreamiento de Esteban (Hechos 7), evento que marca el cierre del período de gracia para la nación judía y el inicio de la misión a los gentiles (Hechos 8–10).
Así se cumplen las setenta semanas completas, sin interrupción, desde el 457 a.C. hasta el 34 d.C.
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V. Lucas y el año quince de Tiberio César
Lucas, el médico amado y cuidadoso historiador, nos ofrece una clave precisa que armoniza con esta cronología profética:
“En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato… vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lucas 3:1–2).
Según los registros históricos, Tiberio comenzó a ejercer actividades imperiales en el año 12 d.C. junto a Augusto como corregente, debido a que Augusto su padrastro era ya anciano y estaba muy enfermo. Una vez que murio en el año 14, comenzo a reinar en solitario. Por lo tanto, el año quince de su gobierno corresponde a el 27 d.C., exactamente el año en que Jesús fue bautizado.
Así, la precisión de Lucas confirma de manera asombrosa la exactitud de la profecía de Daniel:
el Mesías aparecería 483 años después del decreto de Artajerjes, y esa aparición coincide exactamente con el año 27 d.C., el año quince de Tiberio César.
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VI. La majestad del cumplimiento profético
Esta perfecta armonía entre la profecía y la historia demuestra la veracidad del plan divino. No hay semana separada en el futuro, ni espacio para un rapto secreto o un reino terrenal de mil años. Las setenta semanas son un testimonio de que Cristo es el centro de toda profecía, el Cordero que “en el cumplimiento del tiempo” (Gálatas 4:4) vino a morir por los pecadores.
Como escribe Elena G. de White:
“La profecía de las setenta semanas fue dada para indicar el tiempo de la venida del Mesías, y para inspirar confianza en las profecías que anunciaban los grandes acontecimientos del futuro” (El Deseado de Todas las Gentes, p. 179).
El cielo calculó con exactitud el tiempo del sacrificio del Hijo de Dios. Las semanas de Daniel no son una especulación teológica, sino una sinfonía de la redención, donde cada nota profética encuentra su cumplimiento en Cristo Jesús.
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Conclusión
La profecía de las setenta semanas de Daniel 9 no apunta a un futuro de terror y confusión, sino al glorioso cumplimiento del pacto eterno en Cristo. Desde el decreto de Artajerjes en 457 a.C. hasta el cierre del tiempo para Israel en 34 d.C., Dios reveló su plan con precisión matemática y majestad divina.
Negar ese cumplimiento es negar la exactitud de la Palabra profética. Aceptarlo, en cambio, nos invita a adorar al Dios que gobierna la historia, y a proclamar con fervor:
“Ha llegado el tiempo, el Mesías ha venido, y su sacrificio nos ha redimido.”