
El Origen Divino del Sábado: Un Tiempo Sagrado que Nació en el Corazón del Creador y Fue Dado al Hombre como Eterno Pacto de Amor
Por Jose M Suazo, un teólogo adventista del séptimo día
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1. La gran confusión en torno al día sagrado
En la actualidad, cuando la religión se ha mezclado con la política, y la tradición ha sustituido al mandato divino, una pregunta milenaria resuena con más fuerza que nunca:
¿Cuál es el verdadero día de reposo establecido por Dios en la creación?
Muchos afirman que cualquier día puede ser santificado, que la elección del día es un asunto de preferencia humana o de costumbre denominacional. Sin embargo, la Escritura, que no puede ser quebrantada (Juan 10:35), nos transporta al principio mismo de los tiempos, donde no existía nación, ni credo, ni pecado. Allí, en el Edén, el Eterno fijó en el corazón del tiempo un monumento inmutable: el séptimo día, el sábado de Jehová.
“Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación.”
— Génesis 2:3.
En este versículo se encierra una de las declaraciones más sublimes del Génesis. No se trata solo de un registro histórico: es una declaración teológica de dimensiones eternas, que revela el carácter del Creador y el propósito del tiempo mismo.
El hombre moderno ha olvidado su origen, ha divorciado el tiempo del Eterno, y ha intentado construir su calendario sin Dios. Pero en el corazón de la semana, el Señor dejó un recordatorio grabado en la estructura misma del tiempo: un día que no puede ser movido, porque su raíz está en la eternidad.
2. El texto hebreo: una joya de tres palabras divinas
El Espíritu Santo inspiró a Moisés a registrar tres acciones divinas que sellan el carácter único de este día: Dios bendijo (Barak), Dios santificó (Qadash) y Dios reposó (Shabbath).
Cada una de estas palabras, en el hebreo original, encierra un océano de significado espiritual.
a) Barak — Bendecir: el soplo de vida sobre el tiempo
La palabra hebrea בָּרַךְ (Barak) implica algo más que pronunciar una bendición verbal. Describe el acto de infundir poder, bienestar, fecundidad y plenitud divina. Cuando Dios bendijo el día séptimo, dotó al tiempo de una cualidad espiritual especial, le concedió una esencia distinta que no poseen los otros seis días.
El séptimo día, por tanto, no es simplemente una medida de veinticuatro horas; es una atmósfera sagrada, un espacio donde las corrientes de la gracia divina fluyen con mayor abundancia.
Así como el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas al principio (Génesis 1:2), en el sábado el Espíritu se mueve sobre el alma humana, renovándola, sanándola, restaurando la imagen perdida del Creador.
“El sábado fue hecho para beneficio del hombre, y no el hombre para el sábado. Fue dado para elevar a la humanidad, para dirigir sus pensamientos al Creador y despertar en su corazón amor y gratitud.”
— Elena G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, p. 259.
Dios no bendijo al hombre solamente, ni bendijo una montaña o un lugar; bendijo el tiempo mismo.
El séptimo día se convirtió en el santuario del tiempo, un templo invisible donde el alma puede adorar sin necesidad de muros ni de altares de piedra.
b) Qadash — Santificar: apartar para lo divino
La segunda palabra, קָדַשׁ (Qadash), significa “consagrar”, “separar”, “declarar santo”.
Dios no solo bendijo el séptimo día, sino que lo apartó del resto de los días comunes, lo consagró para un propósito sagrado: ser un punto de encuentro entre el Creador y Su criatura.
Así como el sacerdote era apartado para el ministerio sagrado, el sábado fue apartado del tejido del tiempo para un uso exclusivamente divino.
No pertenece al hombre, ni al Estado, ni a una institución religiosa: pertenece a Jehová mismo.
“Si apartas del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamas delicia, santo, glorioso de Jehová... entonces te deleitarás en Jehová.”
— Isaías 58:13-14.
Aquí se revela el propósito de Qadash: el sábado es santo porque Dios lo llenó de Su presencia.
Su santidad no proviene del hombre que lo guarda, sino del Dios que lo habitó desde la creación.
c) Shabbath — Reposar: el cese creador de Dios
Finalmente, el verbo שַׁבַּת (Shabbath) significa “cesar”, “descansar”, “interrumpir”.
Pero el descanso de Dios no fue por agotamiento; fue una pausa divina de contemplación, gozo y satisfacción.
Dios reposó porque Su obra era perfecta, y el reposo se convirtió en la firma del Artista en la tela de la creación.
Al reposar, el Señor estableció un modelo eterno: que el hombre, hecho a Su imagen, también necesitaba un tiempo para cesar de su labor y recordar su origen.
El sábado, entonces, no nace de la fatiga humana, sino de la plenitud divina.
“Dios descansó el séptimo día, no porque estuviese cansado, sino para establecer un ejemplo a fin de que el hombre pudiera descansar de sus labores y contemplar las obras de su Creador.”
— Elena G. de White, Patriarcas y Profetas, p. 47.
Así, Shabbath no es meramente “reposar”, sino entrar en la comunión del Creador.
Es participar del gozo divino, del deleite que Dios experimentó al contemplar Su creación completa y perfecta.
3. El séptimo día: el altar del tiempo
Si el espacio tuvo su santuario en el tabernáculo, el tiempo lo tuvo en el sábado.
Mientras el santuario terrenal podía ser destruido, el santuario del tiempo no puede ser tocado por mano humana.
Fue construido por Dios mismo y colocado en el corazón de cada semana, para recordarle al hombre que su existencia tiene origen, propósito y destino en el Creador.
“El sábado, como monumento recordativo del poder creador, señala constantemente a Dios como el Hacedor de los cielos y de la tierra.”
— Elena G. de White, El Conflicto de los Siglos, p. 437.
El séptimo día es, pues, el memorial eterno de la creación.
Así como un anillo recuerda un pacto, el sábado recuerda el vínculo eterno entre Dios y el hombre.
No fue hecho para un solo pueblo, sino para toda la humanidad, porque fue instituido cuando solo existían Adán y Eva, representantes de toda la raza humana.
Cristo mismo declaró:
“El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado.”
— Marcos 2:27.
El sábado, entonces, no es propiedad del judaísmo, sino de la humanidad redimida.
Su origen no está en el Sinaí, sino en el Edén; no fue grabado primero en piedra, sino en la estructura misma de la creación.
Las Dos Instituciones Eternas del Edén: El Matrimonio y el Sábado
4. El Edén: el primer santuario sobre la Tierra
Antes de que hubiera pecado, antes de que la espada flamígera custodiara la entrada del paraíso, el Edén fue el primer templo del mundo.
Sus muros eran de luz, su cúpula era el cielo azul, su fragancia era la del incienso natural de las flores, y su altar, el corazón de los primeros seres humanos. Allí, en la quietud de aquel santuario natural, Dios estableció dos instituciones eternas que revelarían Su carácter y Su propósito hacia la humanidad:
El matrimonio y el sábado.
Ambos nacieron en el séptimo día de la creación, ambos fueron instituidos por la voz del Creador, y ambos tienen como centro la comunión.
El matrimonio une al hombre con su semejante; el sábado une al hombre con su Dios.
Ambos fueron creados “muy buenos” (Génesis 1:31), ambos son signos de amor, unidad y santidad.
“El sábado y el matrimonio fueron instituidos en el Edén, y en su pureza y santidad debían ser perpetuados como bendiciones para la humanidad.
El uno debía recordar continuamente al hombre el poder y el amor de Dios, el otro debía unir los corazones de los seres humanos en tierna unión.”
— Elena G. de White, Patriarcas y Profetas, p. 46.
En estas palabras de inspiración profética se revela un misterio profundo: Dios unió el tiempo y el amor bajo un mismo propósito divino.
El tiempo sagrado del sábado y el amor sagrado del matrimonio son los dos hilos de oro que, entretejidos, forman el tapiz del propósito eterno de Dios para la humanidad.
5. El matrimonio: la imagen relacional del Creador
Cuando el Creador dijo:
“Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26),
el plural divino ya anunciaba un misterio de comunión.
Dios, que es amor (1 Juan 4:8), no podía crear a Su imagen a un ser solitario. Por eso formó primero al hombre, y de su costado, mientras dormía, formó a la mujer —no de su cabeza para dominarlo, ni de sus pies para ser pisoteada, sino de su costado, para ser amada y estar junto a su corazón.
Y cuando Adán despertó y vio a su compañera, pronunció su primer himno de alabanza:
“Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne.” (Génesis 2:23).
Fue en ese momento, bajo el cielo del Edén, donde el Creador unió sus manos, y el primer matrimonio fue celebrado por Dios mismo.
No hubo testigos humanos, sino ángeles; no hubo anillo de oro, sino un lazo de amor eterno; y no hubo templo de piedra, sino la gloria de Dios en medio de ellos.
Así, el matrimonio se convirtió en el primer pacto humano que reflejaba el amor de Dios.
Era una lección viviente: así como el esposo y la esposa se unían en amor, el hombre debía unirse con su Creador en fidelidad y adoración.
6. El sábado: la imagen temporal del Creador
Después de sellar el vínculo humano, Dios selló el vínculo divino.
El séptimo día amaneció como el día del pacto entre el Creador y Su criatura.
Así como el matrimonio une dos vidas en amor, el sábado une el cielo y la tierra en comunión.
El Creador había terminado Su obra material, pero su obra espiritual comenzaba: establecer en el corazón del hombre un recuerdo perpetuo de Su poder y de Su presencia.
Por eso, el primer día completo que Adán vivió fue un sábado, el día de reposo.
Mientras el sol del séptimo día se levantaba sobre el Edén, el hombre y su esposa, recién creados, escucharon la voz del Creador que los invitaba al descanso sagrado:
“Este es mi día.”
“El primer sábado que el hombre pasó sobre la tierra fue el día de reposo de Dios. Dios vio que el sábado era esencial aún para el hombre en el paraíso. Le fue dado para que su mente se elevara a su Hacedor.”
— Elena G. de White, Patriarcas y Profetas, p. 47.
Así, Adán no conoció la fatiga antes del reposo, sino el reposo antes del trabajo. El primer acto del hombre fue adorar, no laborar; contemplar, no crear. El sábado fue, por tanto, la primera lección pedagógica del Creador: que el propósito de la existencia no es el hacer, sino el ser; no la producción, sino la comunión.
El séptimo día le enseñó al hombre que su valor no radica en su esfuerzo, sino en su relación con el Dios que lo hizo.
7. Dos instituciones, un mismo propósito eterno
Ambas instituciones fueron sagradas, universales y perpetuas. No fueron creadas para un pueblo, ni para una época; fueron dadas a toda la humanidad, en un mundo sin pecado.
El matrimonio debía perpetuar la vida humana, y el sábado debía perpetuar la adoración al Autor de la vida. El uno es el símbolo del amor entre los seres humanos; el otro, del amor entre Dios y el hombre. Ambos reflejan la esencia misma del Evangelio: un Dios que desea unidad con Su creación.
“Estas dos instituciones, el matrimonio y el sábado, fueron establecidas para gloria de Dios y beneficio del hombre. Cuando sean correctamente comprendidas y observadas, traerán felicidad, paz y elevación moral.”
— Elena G. de White, La Educación, p. 250.
Pero lo que fue fundado en el Edén, fue atacado en el pecado. El enemigo de Dios comprendió que si podía destruir estas dos instituciones, destruiría el fundamento mismo de la sociedad humana y del culto divino. Por eso, a lo largo de la historia, Satanás ha intentado profanar el matrimonio y pervertir el sábado. Y al hacerlo, ha corrompido la imagen de Dios en el hombre.
8. El propósito eterno del sábado en la redención
El sábado no solo recuerda la creación, sino también la redención. Cuando el hombre cayó, el Creador no revocó Su don, sino que lo convirtió en símbolo de restauración. Así como el sábado marcó el final de la creación perfecta, también anuncia el reposo final de los redimidos.
“El sábado es un lazo de oro que une al hombre con su Creador. Mientras dure el tiempo, el sábado seguirá señalando a Dios como el Creador, y al hombre como obra de Sus manos.”
— Elena G. de White, Testimonios, tomo 6, p. 350.
Y en la eternidad futura, cuando la tierra sea recreada, ese mismo día seguirá siendo el memorial del amor divino.
Isaías lo profetizó:
“Y será que de mes en mes, y de sábado en sábado, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová.”
— Isaías 66:23.
El sábado es, por tanto, el vínculo entre el Edén perdido y el Edén restaurado. Nació en el principio y vivirá en el fin. Fue santificado antes del pecado y será celebrado después de que el pecado haya sido erradicado. Es el único mandamiento que mira hacia atrás (a la creación) y hacia adelante (a la redención).
9. El eco del Edén en el corazón humano
Cada sábado que llega no es solo un ciclo semanal; es una invitación divina a volver al Edén, a recordar la pureza perdida, a encontrarse con el Creador en el santuario del tiempo. Es como si el cielo abriera sus puertas y el alma oyera la voz del Eterno susurrar:
“Vuelve a Mí, porque Yo te hice.”
El matrimonio y el sábado fueron el corazón de la vida del Edén, y serán el corazón de la nueva tierra. Ambos fueron establecidos para preservar el amor —uno entre los hombres, el otro entre el hombre y su Dios. Ambos son eternos, ambos fueron santificados, y ambos serán restaurados completamente en el Reino venidero.
“Cuando el Edén florezca nuevamente sobre la tierra, el santo sábado de Dios será nuevamente honrado por todos bajo el cielo.”
— Elena G. de White, Profetas y Reyes, p. 302.
El Sábado en el Corazón de la Creación: Las Razones Espirituales del Reposo Divino
10. El reposo de Dios: el misterio de una pausa divina
El texto sagrado dice:
“Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo.”
— Génesis 2:2.
Aquí surge la pregunta que muchos formulan con curiosidad: ¿Por qué reposó Dios, si el Omnipotente no se cansa ni se fatiga?
Isaías declara con claridad:
“Jehová, Creador de los confines de la tierra, no desfallece ni se fatiga con cansancio.”
— Isaías 40:28.
Por tanto, el reposo divino no puede entenderse como una necesidad física, sino como un acto simbólico, pedagógico y espiritual. Dios reposó no porque necesitara descanso, sino para establecer un principio eterno, una enseñanza visible para Su criatura:
El descanso es parte del orden divino de la vida.
El sábado no fue hecho a causa del cansancio humano, sino para la comunión humana.
El reposo de Dios no es inactividad, sino contemplación, gozo y deleite.
En otras palabras, Dios reposó para enseñar al hombre a descansar en Él.
“Dios descansó el séptimo día, no porque estuviera cansado, sino para gozar de la contemplación de Su obra perfecta, y porque deseaba que el hombre hiciera lo mismo.”
— Elena G. de White, Patriarcas y Profetas, p. 47.
El sábado, entonces, no nació de una debilidad divina, sino de una plenitud divina. Fue la coronación del ciclo creador, el punto culminante de toda la obra de Dios. El Creador no descansó porque estaba agotado, sino porque Su obra estaba completa, perfecta y buena en gran manera.
11. El orden perfecto de la creación y el propósito del séptimo día
Todo en la creación divina sigue un orden de sabiduría. El primer día Dios hizo la luz; el segundo, el firmamento; el tercero, la tierra y su vegetación; el cuarto, los astros; el quinto, las aves y los peces; el sexto, los animales terrestres y, finalmente, al hombre y la mujer.
Nada quedó sin propósito, nada fue hecho al azar. Pero es en el séptimo día donde la creación alcanza su clímax espiritual. Hasta entonces todo era “muy bueno” (Génesis 1:31), pero solo cuando el Creador bendijo y santificó el tiempo, Su obra se completó plenamente. El sábado no fue un añadido, sino la corona del ciclo creador, el sello del Creador sobre la creación.
“El sábado fue instituido cuando el mundo fue creado, para ser un monumento conmemorativo de la obra del Creador. Fue establecido para bendición del hombre, para recordarle siempre la obra maravillosa de la creación.”
— Elena G. de White, El Conflicto de los Siglos, p. 437.
Por eso, cada semana, el tiempo mismo repite la liturgia de la creación. Seis días para obrar, uno para adorar. Seis días para construir, uno para contemplar. Seis días para el mundo, uno para Dios. El ritmo del universo no es meramente físico; es espiritual, porque refleja el latido del Creador.
12. Adán, el primer adorador del sábado
Cuando el primer hombre abrió los ojos, lo hizo al final del sexto día. El aire aún olía a creación, las flores recién abiertas saludaban al sol del Edén, y los ángeles contemplaban con gozo al nuevo hijo de la tierra. Pero antes de que Adán levantara una herramienta o emprendiera tarea alguna, el séptimo día amaneció sobre él.
Su primera experiencia no fue el trabajo, sino la adoración. Su primer amanecer fue el del sábado. Dios quiso enseñar al hombre desde el inicio que la vida comienza en comunión con el Creador, no en el esfuerzo.
“El primer día completo que Adán vivió fue el día de reposo. Fue el día en que descansó Dios, y en que el hombre reposó con su Creador. Así le fue señalado al hombre su tarea: guardar el sábado y entrar en el reposo de su Hacedor.”
— Elena G. de White, Patriarcas y Profetas, p. 47.
El sábado fue, pues, el primer pacto entre Dios y el hombre, un día de comunión, gozo y aprendizaje espiritual. En el silencio del Edén, sin templos ni altares, Adán y Dios se encontraron en el templo del tiempo. El hombre aprendió que su propósito no era el trabajo por sí mismo, sino la adoración y la dependencia del Creador.
13. Eva y el misterio del descanso creador
La creación de Eva es una joya teológica que también ilumina el significado del sábado. Mientras Dios formaba a la mujer, Adán dormía. La humanidad nació en reposo.
El acto de la creación de la compañera humana fue realizado mientras el hombre descansaba, prefigurando que las obras más sublimes de Dios se cumplen cuando el hombre cesa de obrar.
Así, el principio del sábado está inscrito incluso en la creación de la familia. El hombre reposó, y mientras reposaba, Dios obró en su favor. El descanso no es ausencia de actividad; es fe en la obra divina.
“El hombre no contribuyó nada a la creación de la mujer. Todo lo hizo Dios mientras él dormía. Así también en la obra de la redención, no somos nosotros quienes obramos nuestra salvación, sino Dios quien obra en nosotros mientras descansamos en Su poder.”
— Comentario inspirado derivado de la teología del Génesis.
El sábado es, entonces, símbolo de la gracia. Así como Adán no trabajó para que Dios formara a Eva, tampoco el hombre puede trabajar para ganar su salvación. El reposo del sábado enseña la gran lección del Evangelio:
“En quietud y confianza será vuestra fortaleza.” (Isaías 30:15.)
“El sábado es una señal de que el hombre confía en Dios, de que acepta Su poder creador y redentor.”
— Elena G. de White, El Conflicto de los Siglos, p. 437.
14. El séptimo día: memorial de la creación y profecía de la redención
El séptimo día no mira solo hacia el pasado, sino también hacia el futuro. Así como fue el fin de la creación, también anuncia el fin de la redención. Cuando Cristo murió en la cruz, Su última palabra fue:
“Consumado es.” (Juan 19:30.)
Y en ese mismo instante, el Hijo de Dios reposó en la tumba durante el sábado. El Creador reposó al terminar Su obra de creación; el Redentor reposó al terminar Su obra de salvación. Ambos reposos están unidos por un mismo símbolo: el séptimo día.
El sábado es, pues, la memoria de la creación pasada y la promesa de la nueva creación venidera. Es el testimonio de que Dios completará todo lo que ha comenzado. Es el día en que el hombre recuerda que fue formado del polvo, y que será restaurado por la gracia.
“El sábado, que fue instituido en el Edén, y observado por Cristo en Su ministerio, será observado también en la tierra renovada. Desde la creación hasta la eternidad, el sábado une los actos de Dios en beneficio del hombre.”
— Elena G. de White, El Conflicto de los Siglos, p. 678.
15. El reposo divino y la identidad humana
El sábado enseña que el hombre no es una máquina productiva, sino un ser relacional. El mundo moderno mide el valor por la utilidad, pero el sábado enseña que el valor del ser humano no depende de lo que produce, sino de quién lo creó. El descanso semanal no es pereza, es protesta contra el materialismo; no es inactividad, es celebración del Creador.
El que guarda el sábado según el mandamiento, no solo obedece una ley, sino que afirma su identidad como criatura de Dios. En un mundo que olvida su origen, el sábado grita con voz profética:
“Acuérdate de tu Creador.”
“El sábado, correctamente comprendido, es el antídoto contra el olvido de Dios. Nos recuerda que tenemos un Padre celestial, un origen divino, y un destino eterno.”
— Elena G. de White, La Educación, p. 250.
El sábado, entonces, no es un mandato frío ni una carga ritual. Es un lazo de amor, un recordatorio viviente, una melodía que atraviesa los siglos y que, semana tras semana, invita al hombre a mirar hacia el cielo y decir:
“Tuyo soy, oh Creador mío.”
16. El Eterno Sábado de Dios: El Reposo del Edén Restaurado
El sábado fue el primer día santo que el hombre conoció, y será el último que el universo celebrará. Nació en la creación, antes de que existiera el pecado, y permanecerá en la eternidad cuando el pecado haya sido destruido para siempre. En él se revela el alfa y el omega del plan divino: en el principio, el sábado fue símbolo de la obra perfecta del Creador; en el fin, será el emblema del universo restaurado, del gozo y la paz perpetua.
El profeta Isaías, contemplando el horizonte de la redención final, escribió: “Desde una luna nueva hasta otra, y de un sábado hasta otro, vendrá toda carne a adorar delante de mí, dice Jehová” (Isaías 66:23). Estas palabras no describen una metáfora espiritual, sino una realidad eterna. En la tierra nueva, donde no habrá pecado ni sombra de muerte, los redimidos se congregarán cada sábado para adorar al Dios que hizo los cielos y la tierra. El ciclo semanal, instituido en el Edén, será preservado por toda la eternidad. No como una carga, sino como un canto inmortal de gratitud y amor. “El sábado no fue hecho meramente para el hombre en su estado de inocencia, sino también para toda la eternidad. Será observado aún en la Tierra Nueva, cuando el Edén sea restaurado” (Elena G. de White, Patriarcas y Profetas, p. 48).
De esta manera, el sábado se presenta como un hilo dorado que atraviesa la historia del tiempo y del pecado, uniendo el principio con el fin. En el Edén, fue la coronación de la creación; en la redención, fue el reposo del Redentor en la tumba; y en la restauración final, será el día de comunión eterna entre el Creador y Su creación. El sábado es, por tanto, un testigo viviente del poder creador y del amor redentor de Dios.
En el libro de Ezequiel, el Señor declara: “Les di también mis sábados, para que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico” (Ezequiel 20:12). El sábado es, pues, la señal del pacto eterno entre Dios y Su pueblo, el sello visible del Dios invisible. Representa Su autoridad como Creador y Su poder como Santificador. Es el emblema del dominio legítimo de Jehová sobre toda criatura y la marca que distingue a los que le pertenecen.
Por eso, en el conflicto final entre el bien y el mal, el sábado vuelve a ocupar el centro de la controversia. No se trata de un simple día, sino del símbolo de la obediencia y la lealtad al Creador. El conflicto entre el sábado bíblico y el falso día de reposo será, en esencia, una lucha entre la autoridad de Dios y la autoridad del hombre. Elena G. de White lo expresa así: “El sello de la ley de Dios se halla en el cuarto mandamiento. Solo en él se encuentra el nombre y el título del Legislador, y el alcance de Su dominio. Cuando los observadores del falso sábado sean exaltados, el verdadero sábado será el sello del Dios viviente” (El Conflicto de los Siglos, p. 605).
En la culminación del conflicto de los siglos, el sábado se levantará como una bandera santa sobre los fieles. No será simplemente una observancia ritual, sino una declaración viva de amor y fidelidad. Los hijos de Dios serán reconocidos por ser “los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 14:12). En ese tiempo, el sábado volverá a brillar con la pureza de su origen, como una joya que nunca perdió su fulgor, sino que fue cubierta por el polvo de la tradición humana.
Pero el sábado no solo es un mandamiento; es una revelación del carácter de Cristo. Él mismo lo declaró: “El Hijo del Hombre es Señor aún del sábado” (Marcos 2:28). En Cristo, el sábado alcanza su pleno significado, pues Él es el descanso del alma, la fuente de paz y renovación espiritual. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Estas palabras no abrogan el sábado; lo llenan de su verdadero espíritu. Cristo no vino a destruir el día de reposo, sino a mostrar su propósito divino: conducir al hombre al reposo de la fe y la comunión con el Creador.
El reposo de Dios en el séptimo día de la creación y el reposo de Cristo en la tumba el séptimo día después de la cruz son dos actos paralelos del mismo poder divino. En el primero, Dios reposó porque Su obra creadora estaba completa; en el segundo, Cristo reposó porque Su obra redentora estaba cumplida. Así, el sábado une los dos grandes actos del amor divino: la creación y la redención. “El sábado une la creación y la redención en un solo lazo. Apunta hacia el poder creador y hacia el amor redentor” (Elena G. de White, El Deseado de Todas las Gentes, p. 264).
En la tierra nueva, cuando el tiempo mortal haya cesado, el sábado permanecerá como la memoria eterna del amor de Dios. Las naciones redimidas, los ángeles y los mundos no caídos se reunirán cada séptimo día para alabar al Creador del universo. “Allí, sobre el mar de vidrio, los redimidos levantarán sus coronas y entonarán el cántico de Moisés y del Cordero... Y cada semana, al volver el santo sábado, se congregarán para adorar al Creador” (Elena G. de White, La Historia de la Redención, p. 432). El sábado será entonces el día de comunión universal, el lenguaje común de toda criatura inteligente, el recordatorio perpetuo de que todo cuanto existe proviene del amor del Eterno.
El sábado es el vínculo de oro que une al hombre con Dios, el símbolo del reposo eterno y la promesa de la restauración final. Cuando el pecado y la muerte sean destruidos, el sábado permanecerá como el eco de la paz divina. No recordará el cansancio ni el dolor, sino la plenitud del amor. Será el latido del universo redimido, el testimonio de que la obra de Dios ha sido consumada y de que Su creación está en perfecta armonía con Su voluntad.
El séptimo día será, por toda la eternidad, el día del encuentro, el día del abrazo entre el Creador y Sus criaturas, el día en que el universo entero reconocerá una sola ley, un solo trono y un solo Dios. “El sábado es un toque de cielo en la tierra; una pausa en la tormenta; un altar invisible donde el alma se encuentra con su Hacedor.” Es el eco inmortal del Edén y la promesa viva del cielo venidero.